No son tiempos para encender los campos secos y mucho menos con gasolina. Y sin embargo…
Cinco y días y contando. El desabasto del preciado hidrocarburo ha
sido la cereza podrida en el chamuscado pastel que el nuevo gobierno se
ha encargado de mal hornear a lo largo de sus primeras seis semanas de
desatinos.
Si a lo largo de diciembre resultaba asombroso cómo el
nuevo presidente de México y su equipo cometían una torpeza tras otra
(desde la cancelación del aeropuerto de Texcoco hasta la decisión de
poner el mando de la temible Guardia Nacional en las manos de los
militares, pasando por la polarización inducida desde Palacio Nacional,
los ataques contra la Suprema Corte de Justicia, el Tren Maya, la
reducción del presupuesto a las universidades y los órganos autónomos y
un largo etcétera que parece difícil de creer), la súbita decisión de
combatir al huachicoleo hizo que desde arriba se ordenara el cierre de
oleoductos y con ello se diera una jamás vista escasez de combustible en
cuando menos diez entidades de la república mexicana, incluida la
Ciudad de México.
Aún no queda claro en qué consiste ese
pretendido embate contra quienes practican el robo de hidrocarburos,
pero hasta el momento todo se ha ido en explicaciones tan vagas como
contradictorias y en acusaciones contra la corrupción que no se han
traducido en una sola detención de los delincuentes que extraen
gasolina, diesel y otras sustancias de los tubos de Pemex. Lo que sí es
más que claro y evidente es la histeria colectiva que esta torpe
decisión (o cuando menos la manera de implementarla) ha provocado entre
la ciudadanía y que se tradujo en compras de pánico, caos vial,
incertidumbre y temor, además de cuantiosas pérdidas económicas.
Porque si realmente se tratara de combatir al huachicoleo, ya sabríamos
de intervenciones de las autoridades en lugares neurálgicos de este
delito, como San Martín Texmelucan, Puebla, por ejemplo, o ya se hubiera
intervenido al sindicato y a las altas dirigencias de Pemex, desde
donde todo parece indicar que se opera la mayor parte del robo de
combustible. Pero nada de eso se ha hecho y sólo se han producido una
palabrería y una demagogia incontinentes.
Con un director de Pemex
que ha demostrado que además de ser un perfecto ingeniero agrónomo es
un sordomudo profesional y con la polarización a tope, la situación
amenaza con volverse cada vez más grave y hasta incontrolable, ante la
necedad de no aceptar errores y no reabrir los ductos que alimentan de
gasolina a la mitad del país.
Seis semanas apenas y el mundo de
Mad Max está llegando a México. Habría que encargarle a Alfonso Cuarón o
a Guillermo del Toro que filmen la siguiente cinta de tan emocionante y
desoladora saga.
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