Descubrí a Frank
Zappa hace muchísimos años, a finales de los sesenta, siendo un adolescente. Mi
hermano mayor compró la edición mexicana en vinil de Mothermania (mucho después sabría yo que se trataba de una
recopilación de los álbumes Freak Out
y Absolutely Free) y lo primero que
llamó mi atención fueron la portada y las fotografías de las horrendas
dentaduras de los diferentes integrantes de The Mothers of Invention. Pero eso
nada fue comparado con lo que experimenté al escuchar por primera vez aquella
música que jamás en mi vida había llegado a mis oídos. Recuerdo a la perfección
el momento en que oí la abridora “Brown Shoes Don’t Make It” y el asombro que
me causó. Quedé prendado al instante y desde entonces no he dejado de ser un
fiel seguidor de la obra zappiana. Más de treinta años de idilio con discos
como We’re Only in It for the Money,
Hot Rats, Apostrophe’, Overnite
Sensation, The Man from Utopia o
The Best Band You Never Heard in Your
Life -entre muchos otros trabajos de una discografía que supera los sesenta
álbumes- significa bastante más de media vida de oír, absorber, profundizar y
tratar de comprender el genio creativo de uno de los tipos más brillantes,
inteligentes y adelantados que dio la música del siglo pasado.
A pesar de su
estilo casi siempre bizarro y delirante que podría indicar que Zappa consumía
cualquier cantidad de drogas, no deja de sorprender el hecho de que el hombre
fuera totalmente abstemio y que incluso prohibía a sus músicos el consumo de
estupefacientes. Es este otro de los puntos admirables del creador de The Perfect Stranger, más aún en una
época como la actual, en la que numerosas personas siguen creyendo que las
drogas resultan esenciales para crear e incluso para vivir. Frank Zappa es la
demostración palpable de que no las cosas no son necesariamente así. Vayan para
él nuestro recuerdo y nuestro homenaje, a diez años de su partida.
(Editorial "Ojo de Mosca" que escribí para el No. 77 de La Mosca en la Pared en diciembre de 2003)
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