-Escribí un poema y quiero que lo publiques- me dijo la joven rubia de exquisito porte y cuerpo monumental.
Era bella en verdad. Alta, de sedosa y refulgente cabellera, vestía una blusa ajustada y corta que dejaba ver su vientre desnudo, aterciopelado por un vello de oro apenas perceptible, piel de durazno..., y sus piernas, apenas cubiertas por una falda diminuta, eran una invitación a la lujuria. Jaló una silla y se sentó a mi lado, muy cerca, demasiado como para no ponerme nervioso. No se preocupó por acomodarse la faldita y dejó ante mí un panorama de estudiado, premeditado erotismo, en el cual unas bragas blancas se vislumbraban al fondo, justo donde inicia el camino al paraíso.
-Toma. A ver qué te parece.
Me extendió una hoja impresa en computadora. En efecto, había escrito un poema. Al menos era un texto con la forma de un poema. Pero el contenido... Por todos los cielos: era claro que la vida no la había llamado al terreno de las letras. Falto de imaginación, pletórico de lugares comunes, ausentes de él la belleza y la sensibilidad, con faltas de ortografía y con asonantes rimas que ni siquiera llegaban a ser anticuadas, el supuesto poema era basura, no funcionaba, nadie podría publicarlo. Con todo pesar se lo dije, francamente. Me contempló con rabia y eso la hizo mirarse más hermosa todavía. Hay mujeres a quienes la ira les sienta bien.
-No puedo creer que me digas eso -exclamó ofendida-. Se lo he enseñado a varios amigos que sí saben y todos estuvieron de acuerdo en que es un gran poema.
Le respondí que lo sentía mucho, pero que a mi modo de ver sus amigos estaban equivocados. Quise explicarle por qué su texto no servía, pero me arrebató la hoja y se puso de pie, convertida en furioso viento huracanado. Jaló la estrecha falda hacia abajo, como si quisiera quitarme de pronto el derecho a contemplar sus perfectas extremidades.
-Te vas a arrepentir. Voy a hablar con tus jefes y te obligaré a publicar mi poesía (así llamó a sus paupérrimos versitos: "mi poesía").
Dio media vuelta y se largó. Sus nalgas dibujaban una curva perfecta, más que apetecible, y sus muslos eran, ellos sí, todo un poema.
1 comentario:
Relamida dignidad que te aleja de la musa, Maestro. Aconsejale que se haga un blog y ahí publique.
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