Terminé de leer No es país para viejos, la novela de Cormac McCarthy, autor estadounidense del que tanto había escuchado hablar y que hasta ahora no había leído.
Debo decir que el libro me pareció portentoso, con ese estilo austero y rotundo tan de la literatura norteamericana y que abreva de autores como Jack London, John Steinbeck, Ernest Hemingway, William Faulkner, Truman Capote, Dashiel Hammet, Patricia Highsmith y Raymond Chandler, entre muchos otros. Historia violenta, dura, sin concesiones, pero a la vez llena de ternura, humanismo y un admirable sentido filosófico, No Country for Old Men (2005) narra -con un estilo afilado y vertiginoso que de pronto se detiene en profundas reflexiones existenciales sobre la vida, el cambio generacional, la vejez y la muerte- la saga de un tejano humilde dedicado a la cacería, Llewelyn Moss, a quien el destino pone frente a una oportunidad siniestra: la de quedarse con un maletín lleno de miles de dólares luego de una matanza entre grupos rivales de narcotraficantes y afrontar las salvajes consecuencias de su elección.
El entorno es asfixiante y desolador (el desierto tejano) y los personajes que lo habitan representan a una variedad de caracteres que McCarthy estudia y maneja con una admirable maestría. Desde el propio Moss y su joven e infortunada esposa Carla Jean hasta el implacable asesino a sueldo Anton Chigurh, quien hace de su profesión (por así llamarla) un verdadero apostolado en el que cuentan ciertos principios, sus principios, y está el shérif Ed Tom Bell, en algunos momentos el narrador omnisciente de la novela, y quien da su sentido humanista a la misma con sus reflexiones acerca del bien y del mal, del pasado y el presente, de los valores que se pierden, del trágico mañana que espera a su país y, por tácita añadidura, al mundo. Testigo forzado de todos los horrores que leemos -que vemos- en el libro, Bell no sabe cómo escapar de ellos y debe afrontarlos con un dudoso valor y una resignación que le pesa como plomo.
Grandísma novela, No es país para viejos merece ser leída con todo y su tono melancólico, desesperanzado, tristísimo. Una obra maestra de la actual literatura de los Estados Unidos.
1 comentario:
Ahora hay que echarse Blood Meridian y The Road. Éste último considero que es un futuro clásico universal, ya no sólo americano.
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