Si hay un grupo de culto en la ciudad de Guadalajara y en buena parte del país es El Personal. Su historia está llena de decires y contradicciones, de rumores y leyendas, de mitos que son verdades y de realidades que son mentiras. Para conocer de manera directa el trayecto de los creadores de “No me hallo”, “La tapatía” y otras canciones llenas de alegre ironía y filosísimo sentido del humor, hace cerca de quince años me trasladé hasta la llamada Perla de Occidente, capital mundial de la birria y las tortas ahogadas, para entrevistar por separado a dos sobrevivientes de esta agrupación: Andrés Haro y Alfredo Sánchez. He aquí este revelador reportaje, a manera de rescate hemerográfico.
Un perfecto galimatías
“El Personal surgió como una derivación de una revista que hacíamos por allá de 1982 o 1983, llamada Galimatías”, cuenta Andrés Haro, quien por cierto no guarda parentesco alguno con el líder histórico del grupo, el fallecido Julio Haro. Y continúa: “La revista era de un humor guarro y tuvo un éxito total. Publicábamos mil ejemplares, ochocientos que se vendían en la librería Gandhi del DF y aquí en Guadalajara nos arrebataban los otros doscientos. Era un proyecto independiente, autofinanciado, en el cual participaban moneros y escritores. En ese tiempo yo era el bajista del primer grupo de Gerardo Enciso. Por su parte, Julio Haro cantaba canciones de la trova cubana pero con la letra cambiada, cosas así como: ‘Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que lavártelo bien’ y le dije un día: ‘Oye, tú cantas y aparte eres chistoretón, ¿por qué no nos juntamos para hacer algo’. Me dijo que sí, nos empezamos a juntar y salieron cuatro hijitos maravillosos: ‘Dale de comer al conejito’, ‘El último camión’, ‘Broche de oro’ y ‘Centerfold Blues’. Las cuatro canciones las hicimos en una grabadora multitrack, porque ni siquiera había grupo. Yo tocaba la guitarra y el bajo, programaba las maquinitas y Julio hacía las letras y cantaba. La grabación llegó a manos de un ‘productor’: el Mongo. En ese momento él estaba programando grupos en un antro del DF que se llamaba El Nueve y nos invitó a tocar ahí. Le dijimos que no teníamos grupo y él dijo: ‘Pues ármenlo’ y yo: ‘Pues qué güeva’. Nos comentó que debutaríamos con La Maldita Vecindad que en ese momento iba a hacer su primer demo y al que nadie conocía tampoco. Le dije al Mongo que nos diera tres meses para hacer más rolas y así lo hicimos. Compusimos otras cinco y arreglamos un cover de Rockdrigo, quien acababa de morir. Te estoy hablando de noviembre de 1985. Hicimos ‘Metro Balderas’ pero en una versión reggae y nos fuimos a México y debutamos en El Nueve. La gente se volvió loca, le fascinó el grupo y de ahí nos regresamos a Guadalajara y le seguimos. Aquello empezó solito a crecer y crecer y llegó un momento en que le dije a Julio que necesitábamos músicos de a de veras e invitamos entonces a un baterista muy bueno que se llamaba Pedro Fernández y a un tecladista, Alfredo Sánchez, que ya desde entonces era una institución. Entonces se consolidó la banda y era la locura generalizada”.
“Qué horrible”
Por su parte, el mencionado Alfredo Sánchez narra: “Fui invitado a El Personal para una presentación importante para la cual el entonces joven grupo necesitaba refuerzos. Ensayé con ellos, toqué una vez y ya no me salí. No es que fueran precisamente buenos (de hecho, la primera vez que los oí pensé: ‘qué horrible’), pero eran divertidos y hacían cosas diferentes. Cuando los conocí eran mayores sus limitaciones técnicas que sus virtudes instrumentales. Tenían todos, eso sí, un enorme gusto por músicas muy variadas y en ese momento estaban particularmente cerca de un género –el reggae– que habían asumido un poco como bandera en una época en que no estaba de moda. Pero entre sus influencias se podían percibir también ecos del arrabal, sonidos guapachosos, reminiscencias de grupos desmadrosos como los Xochimilcas o Botellita de Jerez. Además había en ellos ingredientes inconseguibles en las agrupaciones de rock: frescura, desparpajo, originalidad, nada de solemnidad pero, al mismo tiempo, seriedad en el trabajo. De hecho, no se podría pensar en El Personal como en un grupo de rock aunque algunos de sus integrantes tuvieran la secreta ambición de llegar a ser pop-stars”.
Sánchez describe a sus entonces flamantes compañeros: “El grupo contaba con Andrés Haro –‘El Boy’- en el bajo, Óscar Ortíz en la guitarra y Alejandro López Portillo –quien sería suplido más adelante por Pedro Fernández– en la batería. Y sobre todo tenían como cantante a un músico intuitivo que conocía de pe a pa a Tin Tán, Chelo Silva y Bob Marley, que escribía textos filosos e irreverentes, que había hecho incursiones en la pintura, el teatro y la radio y que, en mi opinión, contribuyó a que el grupo pintara su raya en relación a las agrupaciones roqueras convencionales. Un personaje único, pues: Julio Haro”.
Respecto a cómo surgió el nombre de la agrupación, Andrés Haro asegura que “lo de El Personal se lo puse yo, porque éramos una bola de amigos y llegábamos a las fiestas y nos decían: ‘¡Ya llegó el personal, una bolotota de gente!’”. Y prosigue: “Tuvimos muchísimo éxito. Se hicieron canciones como ‘Nosotros somos los marranos’ que fue como nuestro himno y ‘No me hallo’ que dio nombre al primer disco. Entonces surgieron las ofertas para grabar, entre ellas la de Pentagrama, pero Julio optó por hacer el disco con una amiga que tenía un bar en Puerto Vallarta. Estoy hablando de 1987. Editamos mil copias en acetato. La disquera Caracol existió para ese disco y desapareció”.
Los días contados
“Cuando iniciamos El Personal, sabíamos que Julio tenía los días contados”, comenta Andrés Haro. “Su chavo, José Manuel, acababa de morir, aunque en ese momento nadie sabía que había sido por el sida. Pero resulta que en 1989 Pedro, el baterista, se puso muy mal. Era también seropositivo y de repente decidió que ya estaba jodido y empezó una onda de autodestrucción muy pesada. Lo hospitalizaron en septiembre y un mes y medio después se murió. Ahorita lo cuento tranquilo porque ya pasaron muchos años, pero en ese momento no nos la acabábamos. De hecho, en los últimos conciertos que dio El Personal tocamos con una maquinita de ritmos, porque Pedro estaba hospitalizado Y aun cuando empezamos a calar a otros bateristas, estábamos completamente destrozados y en ese momento Julio se empezó a poner también muy mal, se empezó a ir para abajo, hasta que se murió de sida”.
Para Alfredo Sánchez, sin embargo, el final del grupo se dio antes de las muertes de Fernández y Haro: “El Personal, el primer Personal –para muchos, yo entre ellos, el único Personal– tuvo una vida corta, conflictiva y con matices trágicos. Dicen algunos que ese es el signo de los buenos grupos. Cuando se pensó en grabar el primer disco surgieron también los primeros desacuerdos –no musicales, por cierto, sino administrativos, organizativos, qué sé yo– que desembocaron en una primera desbandada que, por fortuna, duró poco. Sin embargo el germen del conflicto ya estaba instalado y poco a poco las discusiones se volvieron interminables y los desacuerdos irreconciliables. Había ocasiones en las cuales se invertía mucho más tiempo en tratar inútilmente de ventilar las diferencias que en ensayar nuevas canciones. Para colmo, la dueña de la disquera Caracol, que se había estrenado con aquel legendario disco, desapareció misteriosamente cuando se planeaba una nueva producción. Vino después la enfermedad y posterior muerte del baterista Pedro Fernández. Ya no hubo modo de seguir. Para mí, la historia termina cuando, ya con El Personal desintegrado, Julio y yo intentamos un nuevo grupo –un dueto–; Los Lagartos nos llamaríamos. Comenzamos a planear cosas pero al poco tiempo Julio enfermó y ya no se recuperó”.
La importancia de llamarse Julio Haro
¿Qué significaba Julio Haro dentro de El Personal? ¿Era la figura más importante? ¿Acabó el grupo luego de su triste fallecimiento? Alfredo Sánchez piensa que sí: “ No creo exagerar al decir que Julio era El Personal. No minimizo las aportaciones de los demás, todos contribuíamos en la medida de nuestras posibilidades y limitaciones; sin embargo, el grupo podría haber prescindido de cualquiera menos de Julio. De hecho esa es la razón por la cual los intentos de reagrupación, posteriores a la muerte de Julio, fracasaron. Se podía intentar de todo: reclutar a músicos más capaces, seguir componiendo en una línea desmadrosa e irreverente, tener al frente a un cantante con mayor capacidad vocal, pero lo principal era imposible de recuperarse. Y eso tenía nombre y apellido”.
Por su parte, Andrés Haro quiso continuar con el proyecto, se asoció con Modesto López de Discos Pentagrama y grabó tres discos más, aparte de la reedición del No me hallo, el cual también fue publicado en España por la disquera independiente Pulques y permitió al grupo, con una nueva formación que sólo incluía a Andrés como integrante original, presentarse en la Madre Patria. Por cierto que uno de los nuevos miembros, el vocalista Lalo Parra, también era seropositivo y moriría de sida.
Las letras de El Personal
Si algo distinguió a El Personal fue la inteligencia y la gracia de sus letras. Dice Alfredo Sánchez: “Como letrista, Julio era ingenioso y ocurrente, sabía rimar y escribir décimas. Tenía una cultura musical amplia, herencia de sus años en el norte –había nacido en San Luis Río Colorado, Sonora, de donde su familia se trasladó a Guadalajara– y un sentido innato para mezclar buenas ideas musicales y letrísticas. Sus canciones podían lo mismo desternillar de risa al público que asistía a los conciertos en la Peña Cuica-Calli (prácticamente el único lugar donde se presentaba el grupo) que provocar la indignación de las buenas conciencias tapatías. Había en sus letras divertidas referencias sexuales, descripciones de la gastronomía regional, sarcásticas ‘reflexiones existenciales’, ingenuas declaraciones de amor con jiribilla”.
¿Qué es lo que queda de la leyenda de El Personal? ¿Sigue siendo un grupo trascendente a casi treinta años de la aparición de No me hallo, sin duda uno de los discos fundamentales en la historia del rock en México? Habla Andrés Haro: “El No me hallo se sigue vendiendo. Trae ‘Niño déjese ahí’ que es nuestra contribución a la terapéutica Gestal. Esa letra salió en el libro Los cien más cachondos rocanroles de las lenguas españolas de Federico Arana. Hemos salido en 25 recopilaciones, estamos en la enciclopedia temática de Jalisco, etcétera, etcétera. Para haber sido una burla, un atentado a los valores musicales, pues no estuvo tan mal. Me da mucho gusto que se sigan vendiendo los discos a pesar de que la banda ya no existe”.
Por su lado, Alfredo Sánchez concluye: “Siempre he pensado en lo paradójico de que un grupo tan divertido y antisolemne como El Personal estuviera marcado de manera tan brutal por la tragedia. Sin embargo, siempre que recuerdo toda aquella locura, no puedo evitar sonreír, como seguramente sonríen quienes vuelven a escuchar las canciones de Julio Haro”.
(Reportaje que escribí y publiqué originalmente en 2001, en la revista La Mosca en la Pared, y rescate ayer jueves en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos).
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