Hay novelas originales y Nutshell, de Ian McEwan, es una de ellas. No por la historia que cuenta, la de una pareja de amantes que se confabula para asesinar al marido de ella, tema que han tocado novelas tan notables como El cartero llama dos veces o Double Indemnity, ambas del gran James M. Cain. Lo es por la persona -o sería mejor decir futura persona- que nos narra los hechos: un bebé a dos semanas de nacer.
En efecto, McEwan tuvo la delirante y muy efectiva idea de que el niño que aún permanece en el vientre materno sea el narrador en primera persona de la novela, al ser el principal testigo de los amoríos clandestinos de su madre (la ambiciosa y titubeante Trudy) con su cuñado, el igualmente ambicioso pero patán, inculto y aborrecible Claude y del terrible plan que urden ambos con el fin de matar a John, el padre del feto -que todo lo escucha, todo lo percibe y todo lo razona de la manera más sagaz y divertida-, para quedarse con la mansión en que ella vive y que legalmente pertenece a su aún marido, un grandulón, bonachón y torpe apasionado de la poesía.
Cáscara de nuez (Anagrama, 2017) es un relato espléndido, con todo el oficio del gran escritor británico, quien con un sentido del humor negrísimo nos atrapa desde la primera línea y no nos suelta hasta que el libro termina, de manera, por supuesto, inesperada. Uno se enamora del futuro bebé y de sus pensamientos y razonamientos, un bebé que no sólo escucha lo que pasa afuera de su cálido refugio ventral, sino que aprende lo mismo de vinos (su madre y su amante son dados a beber finísimos tintos y blancos) que de lo que sucede en el mundo, gracias a los podcasts que sobre toda clase de temas suele escuchar su progenitora.
Él se desespera al no poder impedir el crimen inminente y sin embargo tiene un as bajo la manga (valga la expresión) que nos llevará a una conclusión tan genial como hilarante.
Una novela absolutamente recomendable.
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