domingo, 27 de diciembre de 2015

El rock del 2015

Will Butler
Si entre 2007 y 2012 el rock que se hace en el mundo mantuvo altos niveles de calidad y se produjeron discos excepcionales, a partir de 2013 comenzó una curva descendente que prosiguió en 2014 y se reconfirmó en este 2015 que nos deja…, sin dejarnos obras realmente memorables.
  No es que no haya buenos discos o buenas canciones, pero son los menos y cierta mediocridad (cuyas causas intentaré mencionar somera e interrogativamente) imperó a lo largo de estos más recientes doce meses.
  ¿Qué está sucediendo? ¿Se agotó la creatividad? ¿El rock se volvió tan promiscuo que al aceptar mezclarse con cualquier otro género está terminando por diluirse? ¿La subcultura del “sencillo” en detrimento del álbum, favorecida por la descarga individual de canciones, empobreció el panorama? ¿La oferta musical es ahora tan vasta y tan gratuita que ante la falta de control de calidad se ha empobrecido la música hasta niveles miserables? ¿Son ya imposibles la dinámica, la renovación, la frescura, la sorpresa, el riesgo, el atrevimiento, la ruptura, el desafío que eran algunas de las constantes inherentes a este género? Si tantos grandes músicos siguen activos, ¿por qué han dejado de crear las maravillas de las que fueron capaces en las décadas pasadas e incluso a principios de la actual? ¿Estamos en un impasse, en un periodo de transición o de plano asistimos a la decadencia definitiva del rock a sus sesenta años de existencia?
  Estas y otras muchas preguntas me vienen a la mente y no encuentro respuestas convincentes. No quiero ser fatalista, pero tampoco albergo grandes esperanzas. Me queda claro que en el rock ya hay muy poco por inventar, pero el reciclamiento en espiral del género no debe perderse, pues se corre el riesgo de que se transforme en círculo vicioso. Cuando uno escucha, por ejemplo, los discos que dos leyendas (una más que la otra) de la música popular como Brian Wilson y Jeff Lynne produjeron este año, se encuentra con dos obras impecables, muy bellas, con canciones estupendas, pero que suenan al Wilson de los sesenta y al Lynne de los ochenta. No hay avance en espiral: es el mismo círculo cerrado en sí mismo.
  Ello para no hablar del rock que se hacía en México –y digo se hacía con toda intención–, porque hoy el género parece haberse desvanecido en aras de una grosera mescolanza de músicas que van de la cumbia a la onda grupera y de la canción “romántica” al pop más insulso y más inocuo. Ya para que el acontecimiento del año en nuestro país haya sido el inventito ese del Rock en tu Idioma Sinfónico es que las cosas están para llorar (eso para no hablar de que este año se grabó una de las peores –no quiero pecar de negativo y decir que es la peor– canciones en la historia del rockcito nacional: “Kalimán” de Saúl Hernández).
  Tratemos sin embargo de hablar de lo más rescatable dentro de la producción discográfica del año que se va. Hay obras tanto de músicos jóvenes como de músicos veteranos y los estilos son diversos, pero todos entran dentro de la órbita de lo que todavía podemos considerar como rock. Esta es mi propuesta, absolutamente subjetiva, por supuesto, para los doce mejores álbumes de rock del 2015:

  1.- Deradoorian. The Expanding Flower Planet. Angel Deradoorian abandonó a los Dirty Projectors para hacer esta joya. Música a la vez sólida y etérea, rítmica y melódica, enraizada en una world music minimalista, con preciosas armonías vocales.

  2.- Will Butler. Policy. Miembro fundador de Arcade Fire y hermano del líder del grupo, Win Butler, Will lanzó su primer disco como solista que remite, sí, a Arcade Fire, pero también a los Talking Heads y hasta los Strokes. Un trabajo tan variado como interesante.

  3.- Sufjan Stevens. Carrie & Lowell. Stevens suele hacer discos muy personales, pero éste es el más personal, el más íntimo, el más sentido y sensible de todos, pues rinde homenaje a su madre recién fallecida. Música austera y de enorme hermosura. Una belleza.

  4.- Björk. Vulnicura. A la islandesa le da muy seguido por hacer discos tristes y depresivos. Este no sólo es triste y depresivo, sino que alcanza los terrenos de la devastación emocional. Para masoquistas irredentos, pero con la calidad de Björk.

  5.- Keith Richards. Crosseyed Heart. El gran jefe Stone regresó al terreno de los álbumes solistas con esta maravilla llena de blues, soul, reggae y demás sonidos negros. Nada nuevo bajo el sol, pero Richards no lo necesita: con su alma rocanrolera a toda prueba la basta y sobra.

  6.- Kurt Vile. B’lieve I’m Goin Down. Rock folk áspero y grasoso, con grandes canciones y arreglos que incluyen guitarras, banjos y secas percusiones. Un trabajo impecable en la mejor tradición poética y trovadoresca de Bob Dylan y Neil Young.

  7.- Courtney Barnett. Sometimes I Sit And Think, And Sometimes I Just Sit. Una joven australiana que hace un rock simple, duro y fresco en la mejor tradición de Patti Smith y Liz Phair. Todo un descubrimiento.

  8.- Father John Misty. I Love You, Honeybear. El segundo disco del músico y compositor Josh Tillman ha sido mejor recibido que su anterior Fear Fun de 2012, quizá por ser más accesible y radiable. Una obra fina, divertida y muy disfrutable.

  9.- Paul Weller. Saturn’s Pattern. La prueba más fehaciente no sólo del talento del antiguo líder de The Jam, sino de su sabiduría para mantenerse actual y no sonar nostálgico. Estupendo.

  10.- Blur. The Magic Whip. No es el mejor trabajo del cuarteto británico, pero Blur es Blur y esta excelente colección de canciones en momentos recuerda lo más destacado de su producción britpopera.

  No se me malentienda. Todos estos discos son realmente buenos. Hay muy agradables sorpresas, como los casos de Deradoorian, Will Butler y Courtney Barnett. También carreras que se consolidan, como las de Sufjan Stevens, Kurt Vile y Father John Misty, para no hablar de sólidos álbumes de veteranos como Björk, Blur, Paul Weller y el grande y entrañable Keith Richards. Sin embargo, no hay un disco al que podamos vislumbrar como un clásico, como una obra que dentro de veinte o treinta años se considere imprescindible. Eso es lo que hace que uno se pregunte si la veta creativa está tan agotada como para arribar a esos niveles, a esas alturas desde las cuales un disco se transforma en algo inmortal.
  Quizá peco de romántico o de añorante de otras décadas, cuando los discos clásicos se daban por racimos, o tal vez ya resulte imposible lograr eso en una época tan ecléctica y poco exigente como la actual. De cualquier forma, a mi modo de ver 2015 no fue un año demasiado importante para el rock. Veremos lo que nos trae el 2016.

(Publicado el pasado 24 de diciembre en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario). 

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