A pesar de su discutible calidad, el rock de los ochenta provoca nostalgia en mucha gente. Aquella música elaborada a base de sintetizadores y cajas de ritmos, aquel modo de vestir tan artificioso y francamente ridículo, aquella actitud de falso glamour andrógino y sensualidad burda y –valga la paradoja– asexuada; todo ello hizo de los ochenta una década que debería ser musicalmente olvidable y que, sin embargo, muchísima gente añora como si se tratara de una era dorada y llena de aportaciones artísticas. The Police fue un grupo contemporáneo del rock pop ochentero. No obstante, aunque pudiera tener algunos puntos de contacto con éste, en realidad fue un proyecto muy diferente que apostó por otra clase de música y otra clase de letras, incluso por otra clase de actitud. Más emparentados con el punk que con el glam, más con el rock de garage que con el rock de sintetizadores, más con el jazz y el reggae que con el pop de peinados estrambóticos y ropajes estridentes, más músicos que payasos, los integrantes de este singular trío apostaron por una propuesta que en el fondo resultó profundamente rocanrolera. De ahí su mérito, de ahí su trascendencia. Los Sex Pistols y The Clash tienen mucho más que ver con The Police que, digamos A Flock of Seagulls, ABC o Wang Chung. Antes de unir voluntades e ideas, Sting, Stewart Copeland y Andy Summers contaban con una sólida formación musical, lo cual trajo consigo una fusión de estilos individuales que se tradujo en un sonido único y característico que trascendió a su época y hoy día es un clásico. Con tan sólo cinco álbumes en estudio, producidos a lo largo del mismo número de años, The Police fue capaz de dejar un legado que a más de veinte años de distancia sigue sonando fresco, espontáneo, emotivo. Sus tres peculiares miembros continuaron con carreras prolijas y afortunadas, pero lo que hicieron juntos durante el lustro que va de 1978 a 1983 queda ahí, para ser escuchado, disfrutado e incluso recreado por las generaciones que les siguieron.
(Prólogo que escribí para el Especial No. 25 de La Mosca en la Pared, publicado en noviembre de 2005, hace diez años).
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