Ilustración de Ricardo Sandoval |
Un amplio sector de los autonombrados izquierdistas, obediente al dogma, acepta en automático a determinados personeros de la política, el arte y los medios, ya sean nacionales o extranjeros. Así, por ejemplo, los progres tienen como verdad indiscutible, como neta absoluta que no admite réplicas, que Fidel Castro es tan puro e intocable como el régimen cubano, no importa que se trate de una dictadura impresentable en la que la intolerancia y la persecución y encarcelamiento de los opositores es ley. Igualmente intocable es el recientemente finado Hugo Chávez, a quien incluso se le otorgan poderes divinos y sobrenaturales.
En el medio mexicano, ninguna figura más deificada (por esa izquierda de la que hablamos) que Andrés Manuel López Obrador, considerado por ciertos sectores a la altura de la propia Virgen de Guadalupe. Así de inmaculado, infalible, cuasi divino y hasta milagroso se le mira.
También hay medios de comunicación a los que se les otorga calidad de emisarios de la Verdad (así, con mayúsculas) ¡y guay de aquellos que osen poner en duda sus enunciados!, así se trate de los más disparatados y muchas veces falsos e inventados. Es fácil nombrar a los tres medios a los que esta gauche mexicaine califica como los únicos honestos e incorruptibles del país (favor de no reír): Proceso, La Jornada y el noticiario radiofónico de Carmen Aristegui que trasmite en las mañanas MVS Radio.
El de Aristegui es un caso bastante sui generis. De haber sido “la compañera de Javier Solórzano”, hace muchos años, en distintos programas noticiosos de la radio y la televisión (sirviendo a empresas como la mismísima Televisa), ha llegado a convertirse en una diva de la izquierda mexicana, una mujer intocable a quien no se le debe rozar ni con el pétalo de una leve crítica. Seguida por miles de radioescuchas, muchos de los cuales la veneran con fe delirante, se ha ido convirtiendo en una especie de Papisa a la que le encanta pontificar y lanzar netas, netas que no pueden ser cuestionadas so pena de pasar por reaccionario, derechista, retrógrado, enemigo del pueblo y, but of course, por un ser políticamente incorrecto.
Porque la corrección política siempre estará con ella, con La Gran (así, con mayúsculas) Carmen Aristegui, periodista que se hace respetar, seria, seca, dura, aunque fiel servidora de su Alteza Serenísima, el Benemérito de las izquierdas bejaranistas, el Apóstol y Pastor (así, con mayúsculas) de las masas desposeídas: el señor Don Peje.
Frente a Andrés Manuel, Carmencita es humilde y complaciente y siempre se sumará a sus causas, como ya lo demostró en las más recientes elecciones e incluso durante el sexenio pasado, cuando unida a personajes como el ex diputado Gerardo Fernández Noroña (mejor conocido como El Noroñas) o el periodista (es un decir) de Proceso Jenaro Villamil, hizo suyas causas como la de acusar de alcohólico al presidente Felipe Calderón (cosa que jamás probó, aunque sí dijo al aire que “por lo delicado del tema”, la Presidencia de la República “debería dar una respuesta clara, nítida, formal?” y luego inquirió como moderna Torquemada: “¿Tiene o no problemas de alcoholismo el Presidente de la República?”… y todo “basado” en una manta que sacó el Noroñas para acusar a Calderón de borracho, esa fue “la prueba” –y lo peor es que hasta la fecha abundan quienes dan por hecho el supuesto gusto del ex presidente por la bebida) o la de acusar a su odiadísima Televisa de tráfico de drogas en Nicaragua por lo de aquellas famosas camionetas que llegaron a ese país con logos de la televisora de Avenida Chapultepec (otro asunto que tampoco pudo comprobar, pero qué tal dejó la sombra de la duda y la inquina que muchos se tragaron).
Carmencita trabaja más por consignas que por investigaciones periodísticas. Gusta de deslizar sospechas contra aquellos sobre los que pone el ojo y dejar que sean estos quienes prueben su inocencia. Suele opinar mucho y documentar poco. Pero su tono estridente y melodramático suele convencer a sus seguidores, quienes se muestran sumamente acríticos ante la palabra de “la única periodista honesta y confiable de este país”.
Aristegui navega con bandera de mártir de la libertad de expresión (por aquella ocasión en la que MVS la echó para luego recontratarla) y con esa patente de corso, continúa erigida en jefa de un tribunal que divide a la sociedad en buenos y malos, tal como dicta la doctrina pejista (tan inspirada a su vez en la doctrina “bolivariana” del chavismo venezolano). Por eso suele cuestionar a las autoridades cuando las sentencias de éstas no coinciden con sus opiniones, así las pruebas apunten en contrario.
Sobrevalorada ad nauseam, la conductora de programas de noticias justifica todo con la muletilla de que lo que hace es “por interés público” o con su sobada frasecita de “existen muchas preguntas que merecen tener respuestas”. Sólo que esas respuestas únicamente valen si se corresponden con las de la propia Carmen.
Para terminar, una cita, tomada del artículo “El bullying periodístico de Aristegui”, de Sergio Andrés de León, publicado en la revista Replicante y que define de manera precisa “el estilo” de la conductora radiofónica: “La forma de hacer periodismo de Aristegui es la de una bully consumada. Está en el salón de clases, se levanta, esculca en las mochilas de los compañeros, saca sus agendas, recoge información personal, la difunde en el “chismógrafo”. Cuando sus compañeritos se quejan con la maestra ésta no sabe qué hacer: si le dice a Carmen que se aplaque sabe que la niña va a hacer un escándalo, va a aventar los libros, irá a la dirección a pedir su renuncia, se presentará su papá Andrés en la dirección para exigir que se respete el derecho de su hija a disentir. La maestra prefiere hacerse de la vista gorda. Carmen sigue haciendo de las suyas: habla a las casas de sus compañeros, los agrede verbalmente. Nadie se atreve a enfrentar las arbitrariedades de la niña. La bully del salón agrede, provoca. Si alguien se atreve a encararla ella recurre a la acusación de que están molestándola”.
Toda una niña malcriada.
(Texto publicado originalmente en la sección "Vacas sagradas" de la revista Mosca No. 1, julio de 2013, escrito bajo el seudónimo colectivo de Goyo Cárdenas Jr.)
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