El día de los inocentes de 1991 fue un día muy triste para mí, para mi familia y para mucha gente que lo amaba. Ese 28 de diciembre mi padre dejó de existir en esta vida, víctima de la diabetes. Si no se la trató cuando debió hacerlo, si fue irresponsable o no creyó que fuera tan grave cuando se la detectaron, eso, hoy, a veinticuatro años de distancia, ha dejado de tener importancia. Así fueron las cosas y no hay remedio.
Se fue cuando le faltaban cinco días para cumplir los setenta y un años (este próximo dos de enero cumpliría noventa y cinco). Mucho tiempo lo tuve en el recuerdo, pero no lo sentí tan presente como a partir del 28 de diciembre de 2006, cuando súbitamente empecé a tenerlo muy cerca de mí. De eso hace nueve años. Hoy vuelvo a recordarlo aquí, pero sé que me acompaña día con día. Mi padre, Juan García Ayala.
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