Hablar de Germán Valdés, «Tin Tan», es referirse al mejor cómico que ha dado nuestro país. Éste es un lugar común y muchos podrán no estar de acuerdo con el mismo. Sin embargo, la trascendencia de este singular chilango –nacido en una vecindad cercana a la Alameda Central, el 19 de septiembre de 1915, y bautizado como Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo– queda claramente plasmada en la vigencia que siguen teniendo las muchas películas en las cuales actuó, varias de ellas verdaderos clásicos de la cinematografía nacional. Filmes como El rey del barrio, Calabacitas tiernas, El Ceniciento, No me defiendas compadre, El revoltoso, La marca del zorrillo, El bello durmiente o Simbad el mareado, todas ellas dirigidas por Gilberto Martínez Solares –con quien «Tin Tan» filmó sus mejores cintas–, son obras entrañables que forman parte de la educación sentimental (Flaubert dixit) y humorística de millones de mexicanos.
Sin embargo, hay otra vena del gran comediante que, a pesar de ser muy conocida, es a menudo soslayada: la de su labor como cantante y compositor. Desde sus inicios en el medio de la farándula, «Tin Tan» supo combinar sus intervenciones habladas con canciones de muy variados géneros. Acompañado –como patiño y guitarrista– casi desde un principio por su carnal, el inolvidable Marcelo, Germán Valdés demostró ser un intérprete musical de voz tan estupenda como versátil. Lo mismo podía cantar un corrido que un cha cha cha, una balada que un bolero, una cumbia que un villancico, un swing que una tonada a la francesa. Generalmente lo hacía de manera paródica, con letras llenas de ironía que sabía acentuar con modulaciones intencionadas que solían provocar la risa del público que acudía a verlo, primero en los más diversos teatros de revista y centros nocturnos –desde la carpa Santa y el Follies Bergere, hasta el pomadoso y exclusivo El Patio– y después en los cines donde se exhibían sus películas.
«Tin Tan» abrevó básicamente de la música que estaba en boga en los cuarenta y los cincuenta. Agustín Lara era el non plus ultra de la canción en México y fue gran influencia en el cómico, como también lo fueron el mambo de Dámaso Pérez Prado y los grandes boleristas de la época, como Luis Arcaraz, Boby Capó y Juan Bruno Terraza. Sin embargo, el espectro musical del buen Germán no se limitó a ello y lo mismo interpretaba una canción ranchera que una de Francisco Gabilondo Soler «Cri Cri» y hasta un rocanrol a la Chuck Berry o una canción de los Beatles (su versión de “I Want to Hold Your Hand” llamada “Ráscame aquí” es una invaluable joya del kitch). De su amplio cancionero (parte del cual fue editado en 2002 por Emi Music en un álbum doble llamado Mi antología), destacan un sinfín de melodías, muchas de ellas popularizadas y aún vigentes gracias a la transmisión de sus cintas en la televisión. Imposible olvidar la escena de El rey del barrio en la cual, ebrio de amor y de copas, le canta “Contigo” de Claudio Estrada a la preciosa Lupita (Silvia Pinal). O aquella parte de El Ceniciento en la que disfrazado de conejo interpreta “El conejo y el cazador” de «Cri Cri». Pero hay más. En Los tres mosqueteros y medio resulta hilarante ver a los enemigos del cardenal Richelieu cantar “El bodeguero” (“Oye mosquetero, paga lo que debes”), mientras que en El bello durmiente se revienta, en plena era paleolítica, una curiosa composición propia llamada “El cavermango”. En Mi antología hay una buena cantidad de joyas que van desde las sensacionales “Personalidad” de Lloyd Price (la cual interpreta «Tin Tan» en El violetero) y “Cantando en el baño” del propio Germán Valdés hasta las ingeniosísimas “Los Agachados”, “Petit Madame”, “La nuez” y “La taxista”, entre varias más.
Aunque «Tin Tan» jamás ha perdido actualidad, a finales de los ochenta algunos grupos de rock hecho en México quisieron “revivirlo” y apropiárselo de manera artificial y hasta alevosa, al afirmar que el actor y cantante era una de sus principales influencias (?). Incluso agrupaciones como La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio trataron de imitarlo en sus vestimentas de supuestos pachucos y lo único que hicieron fue sacralizar y solemnizar al más desacralizador y antisolemne cómico que ha dado este país. Para quienes habíamos seguido a Germán Valdés desde la infancia, aquello constituyó un verdadero atentado. En lo personal, siempre he sentido la necesidad de desagraviarlo. Por eso mismo, quiero aprovechar la presente oportunidad para hacerlo y con ese fin parafraseo una sentencia harto conocida por media humanidad: “¡Perdónalos, «Tin Tan», que ellos no saben lo que hacen!”.
¿Tons qué?
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