Yo tampoco. Al menos no de la manera como a lo largo de una campaña política (así sucedió en 2006, así sucedió en 2012, así sucedió en las recientes elecciones en los Estados Unidos) se les considera casi como un oráculo. Habría que recordar las encuestas de hace seis años y el escándalo que se armó ante su espectacular y rotundo fracaso. O lo que acaba de suceder en las presidenciales de Costa Rica.
El candidato de la coalición Todos por México, José Antonio Meade, se presentó el martes pasado en Milenio Televisión y entre las cosas que dijo, destaca su afirmación de que él no cree en las encuestas y que la verdadera encuesta es la que se dará en las urnas el próximo domingo 1 de julio. Pienso lo mismo. No porque simpatice particularmente con Meade (estoy cierto de que puede ser un magnífico presidente, pero el fardo que representa traer al PRI en las espaldas es muy pesado), sino porque la historia reciente nos demuestra la falibilidad de las empresas encuestadoras que hacen su trabajo (y qué bueno), pero que no son lo certeras que ellas mismas presumen (y hay que ver en los medios electrónicos a varios de sus representantes y lo presuntuosos que son algunos acerca de sus mediciones, como lo eran en 2006, en 2012, etcétera).
Andrés Manuel López Obrador y los suyos abominaban de las encuestas (al tabasqueño debemos el adjetivo “cuchareadas”, para calificarlas). Claro, eran encuestas que no les favorecían. Hoy, en cambio, las pregonan a todo pulmón y les dan una categoría de verdad revelada. “Tenemos el 48 por ciento de las preferencias”, regurgitan a la menor provocación. Para los morenazos, ya no hay encuestas cuchareadas y las han aprovechado con gran habilidad (hay que reconocerlo) para crear una percepción que mucha gente toma como una realidad fatal.
Acúsenme de ingenuo, pero yo no compro esa percepción. Veo a muchos fanáticos de AMLO, pero también a muchos (muchísimos) que no lo quieren en la presidencia.
Vale, es un lugar común decirlo, pero lo repetiré: la verdadera encuesta tendrá lugar el 1 de julio. Esa es la única infalible.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)
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