La leí por primera vez cuando tenía dieciocho o diecinueve años y la recordaba como una novela muy larga y complicada. He vuelto a leerla, cuatro décadas después y esta vez me pareció portentosa, espléndida, magnífica, una obra maestra.
Me refiero a El largo adiós de Raymond Chandler, uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos, injustamente encasillado como mero pergeñador de novela negra, cuando se trata de un literato de grandes alturas.
The Long Goodbye es mucho más que una novela negra, aunque también lo sea. Chandler emplea todos sus recursos y todo su talento para entregar una historia de crímenes, corrupción, manipulación, traiciones, cinismo, pero también de honestidad, lealtad, amistad, congruencia y ternura. Philip Marlowe, el personaje central, el detective privado que aparece en otras varias narraciones del autor, aquí se presenta como un ser humano contradictorio pero firme en sus convicciones, lleno de debilidades y falencias, mas igualmente de fortaleza y recio carisma. A su lado aparecen otros personajes, en especial de la alta burguesía de la ciudad de Los Ángeles, así como de la política, la delincuencia, los medios de comunicación y la policía, entidades todas que se entremezclan y se confunden entre oscuros intereses e inconfesables acciones. Sexo, violencia, vicio y desalmada crueldad en una investigación desarrollada durante los años cincuenta del siglo pasado que involucra a personas de la peor calaña y cuyo inesperado desenlace culmina de manera genial al libro.
Una de las mejores novelas que he leído en mi vida, al lado, entre otras, de El rojo y el negro de Stendhal, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Los hermanos Karamasov de Fiodor Dostoievsky, Anna Karenina de Leon Tolstoi y La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, en ese nivel la pongo.
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