¿Es acaso el principio de la revolución, del movimiento de masas que llevará a Palacio Nacional a los autonombrados salvadores de nuestro destino, a los impolutos tomacalles y formacercos? En absoluto. Se trata, únicamente, de un montaje con actores histéricos (pocos, por cierto) que representan una obra escrita en la oscuridad y que buscan provocar efectos mediáticos que poco tienen que ver con lo que sus palabras y su gritería dicen. Morenistas y amarillos, cada secta por su lado, en un espectáculo circense que apela al desgañitamiento agresivo y amenazante que exclama: “¡Traidores! ¡Vendepatrias! ¡Entreguistas!”. Un muy mal show, demagógico y mentiroso, que trata de imponer burdas certezas, falsas percepciones y tergiversar la verdad de las cosas.
Saben que no lograrán impedir aquello contra lo que dicen luchar (“la venta de la Patria, ¡oh!”), pero en el fondo es lo que menos les importa. La mira está más allá, en el 2015, en las próximas elecciones, para ver quiénes, entre morenistas y amarillos, logran quedarse con la mayor tajada del botín. Eso es todo. Nada más.
Es tiempo de traidores, tiempo de canallas (diría Lilian Hellman), sí, sólo que a esos traidores y a esos canallas en realidad habría que buscarlos en otro lado.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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