lunes, 15 de febrero de 2016

Al interior de tus muslos


Me seduce el interior de tus muslos.
Me seduce imaginarlos.
Me seduce contemplarlos.
Me seduce acariciarlos.
Me seduce hundirme en ellos
y percibir el aroma de miel que emana
desde las vertiginosas alturas de tu pubis.
Sentir contra mi cara el calor que los incendia
cuando sienten contra sí mismos
lo rasposo de mi barba, lo agudo de mis dientes y lo húmedo de mi lengua.

Me seduce el interior de tus muslos.
Porque los puedo morder.
Porque los puedo olfatear.
Porque los puedo lamer.
Porque puedo escalar sus paredes resbaladizas.
Incurrir en sus superficies tersas, cálidas, mullidas, perfectas
y quedarme ahí anclado, varado, intoxicado.
Porque me puedo deslizar hacia arriba y hacia abajo
sin que la fuerza de la gravedad gravite,
sin que la gravedad de la fuerza me esfuerce.

Me seduce el interior de tus muslos.
Cuando se abren en flor y cuando se cierran herméticos.
Cuando se expanden y lo entregan todo al deseo.
Cuando se contraen y lo dejan todo al anhelo
de lo prohibido, de lo oculto y de lo inaccessible.
Quiero sumirme en el abismo de tus muslos.
Explorar sus profundidades y sus arrecifes.
Entrar en esa costa tan férreamente defendida,
hasta invadir sus playas de arena fina y rocas afiladas,
hasta atacarla y hacerla ceder, vencida por la persistencia de mis labios,
de mis dientes, de mi saliva y otra vez, sí, de mi lengua.

¿Por qué escribirte esto, por qué no guardarlo y callarlo?
Porque quiero que todo el mundo lo sepa,
que quede constancia,
inequívoco y eterno testimonio,
de que me seduce,
me atrapa,
me cautiva,
me emborracha cual exceso de vino tinto,
el embriagante y supremo interior de tus muslos.

(Escrito en la madrugada del 15 de febrero de 2016)

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