No sé cómo tomar la noticia, dada el jueves pasado, de que la procuradora Arely Gómez dijo a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala que el especialista peruano José Luis Torero formará parte del nuevo grupo multidisciplinario que, una vez más, se meterá a hacer un peritaje en el basurero más famoso de México, el de Cocula, en Guerrero.
Exacto: se trata del mismo experto (y que conste que no entrecomillé la palabra) que en septiembre pasado descalificó los peritajes realizados por la UNAM para la PGR, cuando Jesús Murillo Karam era aún su titular, y lo hizo luego de pasearse durante escasos veinte-minutos-veinte por el lugar, diez meses después de los sucesos, sin tomar muestras. Con eso le bastó para presentar un informe que según él desmentía a la famosa “verdad histórica”. Dicho informe, según personal de la propia PGR, carecía de rigor científico y metodología, contenía cálculos “desde la teoría” y pretendía desvirtuar análisis serios (como los de la UNAM). El escrito descalificador de Torero fue a su vez descalificado por ser “subjetivo y especulativo”, aunque eso sí, muy al gusto de la opinión pública de gauche, la cual lo acogió como su propia verdad… histórica.
Torero es una autoridad en prevención de incendios, mas no en investigación de conflagraciones. Por qué se le eligió y por qué se le otorgó tanta credibilidad parece más una cuestión de tipo político que científico. El inca dijo lo que la progresía quería escuchar y eso bastó para otorgarle infalibilidad, esa misma infalibilidad cuasi papal que se le ha dado también al Equipo Argentino de Antropología Forense y al Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, el famoso GIEI.
Lo cierto es que el caso Ayotzinapa cada vez se politiza más y la búsqueda imposible de los estudiantes es más un pretexto para golpear y lograr fines incluso económicos (no olvidemos que todos los expertos son pagados por el propio Gobierno) que la causa noble que debería ser.
En plena Temporada Grande, los progres pero no tan honrados se disponen a gritar de nuevo, cual villamelones en la México: “¡Torero, Torero, Torero!”.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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