Reza el lugar común que los hombres son más infieles que las mujeres. Se dice que tenemos esa vocación incluso dentro del ADN y que es parte de nuestra naturaleza y que quienes son completamente fieles, constituyen nada más la excepción que confirma a la regla. En cambio, se asegura que las mujeres se encuentran justo del otro lado: que la fidelidad les queda como anillo al dedo, que engañar a sus parejas va contra su esencia y que eso de buscar la satisfacción sexual lejos de los márgenes del noviazgo o del matrimonio es cosa de varones y no de damas.
Lo anterior me parece una tontería, pero hay mucha gente que lo sostiene. Tal vez antes, por diversos condicionamientos históricos y sociales así haya sido, pero hoy día, me consta que las cosas han cambiado radicalmente. Cada vez me encuentro a más amigas y conocidas que no sólo me confiesan que les cuesta trabajo ser fieles, sino que de la manera más tranquila y sin culpas se acuestan con otros hombres y/o otras mujeres. Esto se da sobre todo en las más jóvenes generaciones y por mis observaciones en el medio mexicano, muy especialmente el del Distrito Federal, donde vivo, lo situaría entre las féminas que están entre los catorce y los veinticinco años. Claro que también hay muchas que en sus treinta, sus cuarenta y sus cincuenta tienen relaciones clandestinas, pero las que más lo practican e incluso se ufanan de ello son las más jovencitas.
En lo personal, me parece perfectamente sano que las mujeres hagan a un lado hipocresías y convencionalismos sociales impuestos y que sean fieles a sí mismas, a sus sentimientos e incluso a sus instintos. No que lo hagan como una venganza por tantos siglos de infidelidades masculinas, sino simple y sencillamente por placer, por darse gusto, por ser libres y ser soberanas de sus cuerpos, sus corazones, sus vidas. Es hora de desmanchar conceptos que la moral imperante se ha encargado de ensuciar a lo largo del tiempo. La fidelidad como sinónimo de sometimiento debe desaparecer y sólo debe existir por voluntad de cada una de las partes de la pareja. De igual manera, la asociación del sexo con lo malo y lo pecaminoso, cuando es realizado fuera de los márgenes de la pareja establecida, tendría que ser reexaminada en una época en la cual el propio concepto de pareja sufre tantos cambios y no puede seguirse viendo como se hacía en los siglos anteriores.
Muchas mujeres jóvenes están poniendo el ejemplo, aquí y ahora, y se adueñan de sus propios cuerpos en un acto de liberación que quita la propiedad de los mismos a sus novios o esposos, quienes de ese modo pierden su condición de señores feudales.
Es una revolución sexual menos escandalosa y visible que la que se dio en los años sesenta del siglo veinte, pero quizá sea más profunda por silenciosa, lenta y decidida.
Es el fin de la fidelidad como la conocíamos y eso tiene que hacernos sentir bien.
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