martes, 16 de febrero de 2016

Los Grammy, un espejo

Nunca he sido simpatizante de los premios musicales que otorga la industria (tampoco de los cinematográficos, pero eso es harina de otro costal). Soy un convencido de que la música debe ser ante todo un acto de creación que busque convertirse en arte y no en material para competir contra otros. Esa es mi posición, quizá demasiado ingenua, irreal, romántica y, por supuesto, antipopular.
  Porque al contrario de mí, a la mayoría de la gente le encanta eso de los premios y disfruta ver por televisión las premiaciones anuales de la industria musical, aunque sean casi siempre monótonas, repetitivas y predecibles.
  La más prestigiada de dichas premiaciones sigue siendo, con todo lo creíble o poco creíble que resulte, la entrega de los Grammy, de los cuales me interesa asomarme a su papel como termómetro y espejo de los gustos de las masas consumidoras de música.
  Si por ejemplo revisamos quiénes se llevaron los premios Grammy hace veinte años, vemos nombres como los de Alanis Morisette, John Lee Hooker, Buddy Guy, Alison Krauss, Tom Petty, Nirvana, Pearl Jam y Nine Inch Nails. Nada mal. Dos décadas más atrás, en 1976, entre los ganadores estaban Linda Ronstadt, Muddy Waters, Dizzy Gillespie, Chick Corea, Paul Simon, The Eagles, Natalie Cole, Ray Charles, Earth, Wind & Fire y, bueno, Captain and Tenille. Grandes músicos en su mayoría.
  Tristemente, si vemos la lista de nominados para este 2016, uno se topa con que los “artistas” que más venden en su mayoría dejan mucho que desear. Por eso la favorita para “arrasar” en esta edición de los Grammy es la insípida Taylor Swift, acompañada por los sobrevalorados Kendrick Lamar, The Weeknd y esa mala caricatura de Michael Jackson que es Bruno Mars. Por ahí, en la semioculta categoría de “alternativo” aparecen Death Cab for Cutie, Muse y Björk, pero sin demasiados oropeles (para cuando usted lea esto, ya se sabrá quiénes ganaron).
  Parece claro que con el paso de los años, las preferencias masivas son cada vez más pobres y menos exigentes, lo cual deriva en una menor calidad artística de músicos, cantantes, compositores, productores, etcétera.
  Y eso que no hablé del famoso (es un decir) Grammy Latino, porque ahí sí la cosa está para llorar.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen artículo. Saludos desde Chetumal.