domingo, 3 de noviembre de 2013

Dos grandes discos otoñales

Aunque faltan todavía dos meses para que termine el año, el otoño de 2013 ha visto la aparición de un par de álbumes que desde ya se apuntan para estar en la lista de los mejores de estos doce meses. Me atrevería incluso a ponerlos entre los cinco más notables.
  Desde la Gran Bretaña y los Estados Unidos respectivamente, un grupo y una solista muy distintos entre sí, pero cuyas propuestas musicales se aproximan a la genialidad, han retornado para dar a conocer dos obras monumentales, extraordinarias, fuera de serie. Analicemos cada una de ellas.

AM de Arctic Monkeys
A partir de su surgimiento en la ciudad de Sheffield, Inglaterra, en 2003, y luego de cuatro álbumes estupendos, los Arctic Monkeys mostraron que lo suyo era un rock duro que abreva de los orígenes británicos del género y lo hace a partir de influencias como los Yardbirds, los Rolling Stones, los Kinks y los Who, pero sin renunciar al halo fascinante de la música de los Beatles y su amplio sentido de la armonía y la melodía.
  Liderado por ese joven talento que es Alex Turner (nacido en 1986), el cuarteto ha mantenido una congruencia admirable y una irrestricta fidelidad a sus raíces, lo cual se refleja de una manera diáfana en ésta, su más reciente producción discográfica.
  Desde el riff de guitarra con que arranca ese gran tema que es “Do I Wanna Know?”, queda claro que estamos ante un trabajo sobresaliente. Porque no sólo esa canción alcanza los más altos niveles: todo el álbum es un vehículo de goce supremo. AM representa un viaje absolutamente placentero por territorios en los que resalta la belleza de la música y campea un espíritu desafiante y altivo que rescata lo más destacado del rock inglés de todos los tiempos. Arctic Monkeys parecería ser una especie de eslabón perdido entre los roqueros primigenios del Reino Unido y lo mejor que se hace hoy dentro del género.
  Turner es un autor de primer orden y ello queda demostrado a lo largo de los doce temas que conforman el plato. Canciones como “R U Mine?”, “Mad Sounds”, “I Want It All” o “Fireside”son piezas perfectas, asombrosas, tan brillantes como lo es la totalidad del disco.
  Si bien el título del álbum lleva las iniciales del nombre del grupo, remite también a las viejas estaciones radiofónicas de rock en Amplitud Modulada (AM), en las que se podía escuchar gran música, tan grande como la que recorre esta obra espléndida.

The Electric Lady de Janelle Monáe
Hay quienes hacen álbumes conceptuales. Janelle Monáe ha ido más allá y ha hecho de toda su obra discográfica hasta el momento (tres discos) un solo concepto, al narrar en un EP y dos LP una misma historia de ficción científica (diría Borges) que involucra a robots, gente venida del espacio exterior, ambientes apocalípticos y una combinación de sonidos retrofuturistas (si se me permite el término).
  Monáe ha compuesto su magno opus por medio de cinco suites, la primera de las cuales apareció en 2007 en el disco Metropolis, Suite I: The Chasse (Wondaland Arts Society), un EP dividido en cinco partes que en conjunto apenas rebasaban los diecisiete minutos de duración. Tres años después aparecería esa placa deslumbrante que fue The ArchAndroid (Bad Boy/Wondaland, 2010), uno de los discos más impactantes de lo que va del siglo, un compendio de géneros perfectamente ensamblados a lo largo de las suites II y III de Metropolis (ver reseña en Nexos No. 398).
  Ahora, al iniciar el otoño de 2013, llega The Electric Lady (Wondaland Arts Society), tercera parte de la monumental obra de esta joven estadounidense bendecida por la genialidad (nacida en Kansas City, Janelle Monáe cumplirá apenas veintiocho años el mes próximo). Se trata de las suites IV y V y en ellas crea y recrea sus ideas e influencias de manera fastuosa, intensa, apasionada, pero sin solemnidades. Todo lo contrario, en diversos pasajes se hace sentir con fortuna su desparpajado sentido del humor.
  Con la no tan pequeña ayuda de amigos y colegas (colaboran, entre otros, Prince, Erykah Badu, Solange, Esperanza Spalding), en los diecinueve cortes que contiene el disco se puede escuchar la huella de Stevie Wonder (“Ghetto Woman”), Lauryn Hill (“Victory”), En Vogue (“Q.U.E.E.N”), los Jackson 5 (“It's Code”) y varios más. Monáe se mueve con naturalidad de un estilo a otro y su voz se adapta a ello de manera asombrosa. Rock, soul, pop, funk, jazz, hip-hop: todo está en The Electric Lady, un trabajo excepcional.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 431)

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