Hay mucho de blues en el antiguo canto sefardí. Están la tristeza y la nostalgia. El sufrimiento y el dolor. La esclavitud y la discriminación. El desarraigo y la raigambre. La identidad y la solidaridad. La rebeldía y el orgullo. La hondura y el alma. Alma negra en el blues, alma judía en el cantar de los sefardíes.
Dora Juárez Kiczkovsky, mexicana nacida en Argentina, nieta de polacos y con profundas raíces judías, tiene ya una notable carrera dentro del canto. Música y cineasta, integrante del extraordinario trío vocal femenino Muna Zul (al lado de Sandra Cuevas y Leika Mochán), acaba de poner en circulación un disco excepcional: Cantos para una diáspora, editado nada menos que por John Zorn en su prestigiosa disquera Tzadik. Este no es un dato menor, ya que Zorn, además de ser un inenarrable artista de vanguardia y un jazzista de primera línea, ha tomado a mucha de la música judía para fundirla en su propia obra y el hecho de que haya publicado bajo su sello este disco (que originalmente se grabó en nuestro país, bajo la producción de Fernando Vigueras y de la propia Juárez Kiczkovsky), habla de la enorme calidad del mismo.
Acompañada por diversos músicos (entre ellos Francisco Bringas, Juan Pablo Villa y el ya mencionado Vigueras), la intérprete nos regala una oncena de bellísimas canciones sefardíes, cuyos orígenes se remontan a la edad media española, antes de la diáspora de finales del siglo XV, cuando los reyes católicos decretaron la expulsión de los judíos de la península ibérica. Tonadas tan bellas y melancólicas como “A la una yo nací”, “¿Por qué Yorash?”, “Hixa mía” o “Las tres morillas” representan el sentimiento de todo un pueblo perseguido y segregado durante siglos y cuyas penas y esperanzas Dora Juárez Kiczkovsky sabe trasmitir con gran sensibilidad. Un trabajo conmovedor, exquisito, impecable.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" en la sección ¡hey! de Milenio Diario).
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