Me afilié al Partido de la Revolución Democrática (PRD) cuando este se fundó, en 1989. Lo hice porque había militado en el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) desde 1976 hasta 1985 y aunque había sufrido algunas decepciones, seguía creyendo en la necesidad de constituir una organización partidista de izquierda verdaderamente fuerte y que unificara a todas las desperdigadas fuerzas de ideología socialista que hasta entonces habían sido especialistas en algo que les parecía sustancial: la división y el sectarismo.
Por eso, cuando en 1989 se convocó a la constitución del PRD, me entusiasmé, en especial por la estatura política y moral de dos personajes a quienes admiraba y sigo admirando, ambos ingenieros: Heberto Castillo y Cuauhtémoc Cárdenas. También en esa época y por razones personales, me caía muy bien Porfirio Muñoz Ledo, al cual había conocido un año antes, cuando aceptó presentar mi libro Más allá de Laguna Verde y quien me pareció un tipo muy brillante y simpático.
Me afilié en una reunión en Coyoacán, a la que asistieron el Negro Ojeda y su esposa Mila, además de otros personajes de la intelectualidad coyoacanera. Todo muy bien: grandes planes, grandes expectativas. Firmamos las hojas de afiliación y… hasta ahí. No hubo más reuniones, jamás nos entregaron nuestras credenciales, no se organizaron comités delegacionales o de barrio. Yo que venía de una experiencia organizativa casi impecable como la del PMT (que en gran parte se debía a la labor de ese otro notable personaje que fue Demetrio Vallejo, a quien, como a Heberto, tuve la fortuna de conocer de cerca), me di cuenta de que acá las cosas eran diferentes y terminé por alejarme. Fue mi debut y despedida del PRD, aunque en las subsiguientes elecciones voté siempre por sus siglas, hasta que el ex priista Andrés Manuel López Obrador se apoderó de él para sus fines personales... y adiós que te vaya bonito.
Ahora que Cárdenas sonaba para volver a ser presidente perredista, pensé que las cosas ahí podrían mejorar un poco. Pero al parecer ya declinó (o sea que eso ya valió).
Ni modo, ya será para la otra.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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