sábado, 21 de julio de 2018

Descentralizar la burocracia, centralizar el poder

Lucas Alamán se sentiría feliz. Es más, seguramente se afiliaría a Morena, la versión actual del partido de los conservadores mexicanos del siglo XIX por sus afanes centralistas, contrarios al federalismo que preconizaban los liberales encabezados por Benito Juárez.
  Porque eso y no otra cosa es la propuesta del virtual presidente, Andrés Manuel López Obrador, para acabar con las delegaciones estatales por secretaría de Estado y nombrar a un súper delegado de todas sus confianzas, a fin de que funja como virtual representante del gobierno central, con poderes casi omnímodos, lo que pondrá al gobernador de cada entidad en franco predicamento. Ese híper delegado será en los hechos el hombre (o la mujer) fuerte de AMLO en cada estado, lo que se puede traducir en un control férreo que anularía en los hechos el famoso pacto federal y lo reduciría a dimensiones porfirianas. El sueño de los conservadores decimonónicos vuelto realidad.
  Por otro lado y en sentido contrario, el gobierno obradorista se propone cumplir una vieja propuesta de la izquierda mexicana: la de la descentralización de las secretarías, sacándolas de la Ciudad de México y enviándolas a diferentes partes de la república.
  Esto suena muy bonito, pues en teoría despoblaría un poco a la gran capital del país y traería beneficios a las ciudades que recibieran a los diversos ministerios. Sin embargo, en la cruda realidad significa movilizar y mudar a decenas de miles de burócratas y sus familias (no a los de confianza, quienes serán echados de sus trabajos a partir del 1 de diciembre) a lugares que podrían no ser de su agrado, con otros climas y otros estilos de vida, además de sufrir el posible rechazo de los habitantes de esas poblaciones.
  Es una apuesta muy riesgosa y que no se ve apoyada en estudios serios (al menos no han sido dados a conocer), sino en un mero voluntarismo que al parecer busca ahorrar dinero para destinarlo a programas sociales.
  Lo dicho: Lucas Alamán estaría feliz, pero miles de trabajadores del Estado no creo que lo estén tanto.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

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