Es una novela. Una gran novela. Pero es más que una novela. Es una narración, pero es también un largo poema y un tratado sobre filosofía que toca temas como el amor, la familia, el desapego, la tristeza, la alegría, la indiferencia, la soledad, la nostalgia, la melancolía, el sexo, la patria, las emociones sencillas, los recuerdos, la paternidad, la irresponsabilidad, la infancia, la juventud, la vejez, la vida y la muerte. Es la presencia de los padres, la admiración por el padre, la ternura por la madre, pero también el reclamo a ambos por no ser todo lo que un hijo necesita y reclama. Es una narración muy española, pero absolutamente universal. Es conmovedora e irritante, inteligente y sensible, delicada y apabullante, dura y suave, despiadada y acariciante. Cuenta nada y cuenta todo. Es una aventura autobiográfica que no se esconde, pero que muestra el suficiente pudor como para respetar la pena que de ella emana. Es un relato casi impecable, con leves imperfecciones idiomáticas que incomodan, justo porque no permiten la perfección. Pero al final, esto es algo que se perdona en medio de ese trafago de vivencias entrañables y tan dolorosas y tan dichosas y tan estremecedoras y tan bien contadas.
Ordesa (Alfaguara, 2018), de Manuel Vilas, es una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Una obra de arte de la literatura contemporánea en cualquier idioma. Pero quiso el destino que fuese en lengua española y eso es de agradecer, porque Vilas –poeta él– maneja las palabras como el más experto, humilde y sensitivo de los orfebres. Una maravilla que aún me tiene pasmado.
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