Fue en 1972. Yo tenía diecisiete años. Junto con varios amigos (Federico y Adolfo Cantú, Eduardo y Enrique Paredes y uno o dos más que no recuerdo) emprendí un viaje alucinante hasta las lejanísimas zonas de lo que hoy es la Riviera Maya y que en ese entonces eran territorios casi vírgenes. Ni siquiera existía Cancún y lo más atrayente para visitar era Isla Mujeres, lugar que constituía nuestro destino.
Para hacer más interesante la aventura y dado que íbamos con muy poco dinero, decidimos irnos "de aventón", separados en parejas, y así lo hicimos, en un viaje que nos llevó tres días y en que cruzamos varios estados: Puebla, Veracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán, antes de llagar a Quintana Roo.
El viaje estuvo lleno de anécdotas e incidentes que por fortuna fui anotando en un diario, mismo que aún conservo en una libretita de las que se conocían como "de taquigrafía".
Hace poco, mi querido Fede Cantú –quien desde hace muchos años vive en la zona de Xel-Ha, donde ejerce su oficio de extraordinario escultor y habita con su familia en plena selva–- subió la foto que muestro en este post, en la que se ve la Casa del Pueblo de la ciudad de Mérida. En esa casa conseguimos dormir una noche, en forma gratuita, cuando íbamos hacia la mítica isla de las mujeres. Mi recuerdo de la casa es vago, pero sí me acuerdo de que en Mérida nos trataron muy bien, a pesar de que parecíamos unos hippies pandrosos (en realidad, éramos unos escuincles defeños de clase media que de jipis teníamos nada, salvo las cabelleras largas).
Algún día contaré algunas de las anécdotas de ese viaje que duró casi dos semanas, de las cuales casi la mitad del tiempo lo pasamos on the road, de ida y regreso. Fue la primera vez que me lancé a algo así, a la ventura y la desventura, a mochilazo limpio. Lo recuerdo con mucho gusto.
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