miércoles, 11 de julio de 2018

Una casa de animales de 40 años

“They were like the early Beatles of comedy.
Everything changed after Animal House”.

Richard Roeper


El género de la comedia estudiantil ha producido una enorme cantidad de películas malas, especialmente en Hollywood. Sin embargo, hay algunas joyas más o menos ocultas por ahí, como las estupendas School Daze de Spike Lee (1988), Dazed and Confused de Richard Linklater (1993) y –sobre todo y por encima de todas– la genial Animal House de John Landis (1978).
  Producida por el equipo que editaba la irreverente y provocadora revista National Lampoon (uno de sus directores, el singular humorista Doug Kenney, aparece en un pequeño pero jocoso papel secundario), Colegio de animales (como se le conoció en México, en una translación más o menos aceptable; en España, la bautizaron con el horrendo título Desmadre a la americana) debe mucho al humor absurdo y anárquico de los Hermanos Marx y tiene como antecedente inmediato a otra delirante comedia: The Kentucky Fried Movie (1977), del propio Landis, e influyó para que Steven Spielberg filmara, apenas al año siguiente, una de sus películas menos valoradas pero más divertidas: la nihilista 1941.
  Año de 1962. Universidad Faber, en Oregon. El fascistoide rector de la institución trae entre ojos a una de las fraternidades estudiantiles del campus: la de los Deltas, conformada por un variopinto y caótico grupo de pésimos y desmadrosos estudiantes que organizan fiestas llenas de sexo, drogas, alcohol y rocanrol. Para exterminarla, se apoya en otra fraternidad rival, la de los Omegas, constituida por una colección de jóvenes híper cuadrados y ultraderechistas, simpatizantes del militarismo, la disciplina y las prácticas sadomasoquistas de tintes nazis.
  A partir de ahí se desata una guerra sin cuartel que da forma y contenido a uno de los filmes más cómicos de la historia, dirigido por John Landis, uno de los directores que en aquel 1978 se encontraba el inicio de lo que parecía una carrera muy prometedora (después vendrían otras grandes realizaciones, como The Blues Brothers, An American Werewolf in London y Trading Places), carrera que se vería truncada por un triste acontecimiento que va más allá del tema de este artículo.
  Pero si para alguien Animal House resultó una plataforma de despegue fue para John Belushi, ese inenarrable actor cómico que con el personaje del caótico, valemadrista y provocador Bluto inició una consagración que lo llevaría a los cuernos de la luna. Landis le pidió que hiciera del pésimo estudiante Blutovsky “una combinación entre Harpo Marx y el monstruo come galletas”, aunque yo agregaría también a "Animal" de los Muppets.
  Las escenas más memorables de esta políticamente incorrectísima película se las debemos a Belushi (quien provenía del programa Saturday Night Live), ya sea devorando la comida del comedor estudiantil, aplastando una lata de cerveza contra su frente, apurando una botella de whisky de un solo trago o espiando las habitaciones de sus compañeras universitarias mientras estas se desnudan. Y todo sin pronunciar una sola palabra (al final de la cinta, se nos informa que con los años Bluto llegó a Washington para convertirse en senador).
  Pero hay una pléyade de personajes inolvidables, entre ellos el tímido estudiante interpretado por Tom Hulce (antes de volverse famoso con el papel de Mozart en Amadeus, del recientemente fallecido Milos Forman) y el veterano profesor liberal fumador de marihuana y seductor de alumnas que hace el gran Donald Sutherland (se cuenta que el actor prefirió cobrar 50 mil dólares al contado en lugar de esperar a las regalías del filme, mismas que le habrían reportado cerca de diez millones de billetes verdes, dado el inusitado éxito de taquilla en que se convirtió Animal House).
  El caótico final, con la venganza de los Deltas contra las autoridades estudiantiles y municipales, al boicotear un típico desfile gringo, es la jocosa culminación (muy a la Marx Bros) de la película, con todos los destrozos causados y las sardónicas burlas a lo establecido y sus personeros: desde al alcalde hasta el rector y desde los militares protofascistas hasta las falsamente bien portadas muchachas de rosados vestidos con crinolinas y peinados laqueados. Nadie queda sin recibir su divertido merecido en esta cinta que puede verse una y otra vez (quien esto escribe la ha visto fácilmente en una veintena de ocasiones), sin que los diálogos y las situaciones pierdan actualidad y frescura. Por eso es ya una joya clásica del cine cómico nihilista, a la altura de Duck Soup y A Night at the Opera de los Marx o de la ya mencionada The Blues Brothers de John Landis.
  Landis prácticamente ya no filma (dejó de hacerlo en 2010) y John Belushi falleció en 1982, a los 33 años. Pero esta sola película logró inmortalizarlos.

(Texto que me publicaron el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

No hay comentarios.: