“Calladito te ves más bonito”, suelen decirme con cierta asiduidad aquellos que no gustan de mis opiniones políticas y musicales. Quisieran que mis palabras se mantuviesen dentro de los límites de lo políticamente correcto y que no fuera yo tan contreras (para decirlo con finura). Pero como jamás les hago caso, terminan por desear y hasta exigir que calle lo que digo y lo que escribo. En una palabra: que mi destino sea el silencio. El silencio como sinónimo de censura.
“Silence is Golden” se llamaba una canción que fue un gran éxito de los Tremeloes a mediados de los años sesenta (claro, del siglo pasado). Se trata de una vieja frase que supuestamente contiene una gran sabiduría: el silencio es oro. Esto puede ser cierto… y no. Por supuesto que saber callar a tiempo nos salva de problemas con los demás. Muchas veces la imprudencia nos hace hablar más de la cuenta y meternos en dificultades. Sin embargo, la audacia de los imprudentes es necesaria y muchos avances de la humanidad se deben precisamente a esos imprudentes.
Oscar Wilde fue un gran imprudente, un hombre que nada se callaba y hoy no podemos concebir a la cultura occidental sin sus aportes. Lo mismo podemos decir de Voltaire, de Emil Cioran, de Charles Bukowski o de Frank Zappa (quien este diciembre cumple veinte años de muerto). Magníficos imprudentes todos, para quienes el silencio habría significado óxido en lugar de oro.
“The Sounds of Silence” es otra composición sesentera, debida esta al talento del gran Paul Simon y cuyo título esconde una paradoja filosófica y hasta metafísica. ¿Cómo suena el silencio? Si el silencio es la ausencia de sonido, ¿suena a algo de todos modos? Yo diría que no sólo suena, sino que hasta puede ser ruidoso, estruendoso. Recordemos aquel hecho histórico impresionante que fue la manifestación del silencio, durante el movimiento estudiantil de 1968 en México. Al contrario de las marchas escandalosas y hasta violentas que últimamente hemos padecido sobre todo en el Distrito Federal, aquella manifestación multitudinaria que avanzó por Paseo de la Reforma en el más absoluto de los silencios fue algo que retumbó en todos los ámbitos de la sociedad mexicana y aún se le recuerda con emoción. Fue un acontecimiento trascendente, una muestra de imaginación, de esa facultad del cerebro de la cual tanto se carece hoy. Esa vez, los sonidos del silencio resultaron atronadores y sacudieron hasta sus cimientos a las enmohecidas estructuras del cerrado sistema político y social que padecíamos.
Entonces, ¿el silencio es recomendable o indeseable? Depende de las circunstancias. Guardar silencio por obligación o por censura es cosa despreciable. Guardarlo con inteligencia (y en esto las filosofías orientales son muy sabias) muchas veces puede ser lo más efectivo y saludable.
Mencioné dos canciones que hablan acerca del silencio, ambas por cierto muy hermosas. Ello me hizo recordar, por contraste, que en el ya mencionado año 68 del siglo veinte, John Lennon y Yoko Ono grabaron su álbum Unfinished Music No. 2: Life with the Lions que aparecería en mayo del año siguiente y cuyo cuarto track se intitulaba “Two Minutes Silence”. Eso era precisamente: dos minutos de absoluto silencio en el LP, en los que lo único que se escuchaba era el ruido de la aguja del tocadiscos sobre la superficie del acetato. Aunque hoy pueda provocar una sonrisa y parecernos un acto naïve, en su momento fue toda una provocación vanguardista que causó fuertes críticas de los reseñistas más convencionales, mientras que el sector avant-garde aplaudió tan revolucionaria osadía.
Así pues, el silencio puede ser un arma de doble filo, un objeto a veces peligroso e indigno y a veces provocador e imprescindible. Yo, por ejemplo, esta vez he escrito mi columna rodeado por un profundo silencio ambiental, sin la música con que suelo acompañarme cuando trabajo ante el teclado de mi computadora. Debo decir que eso me ayudó a concentrarme mejor y a disfrutar de la escritura.
El silencio.
(Mi columna "Bajo presupuesto" de este mes en la revista Marvin)
1 comentario:
John Cage... 4'33...
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